viernes, 30 de enero de 2015

BREVE HISTORIA DE LOS NÚMEROS


El autor  que ha escrit aquest llibre s´anomena Esteban Rodríguez Serrano.
I el que ha fet les il·lustracions es Moisés Ojeda.
La editorial es Nivola.

Aquest llibre tracta de tota l´historia dels números estan des de el zero babilònic fins al números imaginaris, però a part dels números et parla també de l´historia en el món.
El llibre explica que en l’antiguitat cada civilització escrivien els números a la seua manera, que      l´historia no es ordenada i abunden els misteris, els descobriments sagaces i l´olvide.

El concepte de nombre es va començar a formar quan l'home va veure la necessitat de comptar objectes; aquesta necessitat el va portar a la creació de sistemes de numeració que inicialment es componien amb la utilització dels dits, pals, pedres o marques. Per exemple, els caçadors per saber quants animals havien abatut en la cacera marcaven senyals amb un palo. Hagueren de passar molts anys perquè el home fora canviant la seva forma de vida: de caçador i recol·lector, va passar a ser a més agricultor i ramader. Com comptava un pastor el nombre de cabres o  d’ ovelles que tenia? Probablement, quan sortia cada animal a pasturar al camp, ficava una pedra en una bossa. Després al tancar-de nou al ramat, haurien de coincidir la quantitat d'animals amb la quantitat de pedres guardades. Va haver de ser així, comparant quantitats, com l'home va començar a construir el concepte de número. Quad van sorgir els números tal com avui els coneixem? Els números són l'alfabet universal del llenguatge de les matemàtiques. Les diferents cultures han anat utilitzant aquest alfabet segons anaven descobrint nous números. Per arribar a la concepció i invenció d'un sistema numèric, van ser necessaris molts milers de anys. Entre dels sistemes numèrics es troben els additius, els híbrids i els posicionals. El sistema de numeració que tots coneixem i fem servir en la vida diària és un sistema decimal, ja que compta les quantitats de deu en deu. Això es deu primordialment al fet que els dits de les dues mans són deu.

Adrian Muñoz 1º A

miércoles, 28 de enero de 2015

Leer un cuento entero : la tortuga gigante



Collège Henri Wallon, Marsella, Francia


EXPERIENCIA:       leer un cuento entero
COORDINA/REALIZA: B. Gobin

NIVELES: 3eme 14años

IDIOMA/S UTILIZADAS EN LA  ACTIVIDAD : Español


FORMATO: La tortuga gigante, Quiroga

DESCRIPCIÓN : lectura fragmentada y progresiva del cuento.



EVALUACIÓN DE LA  ACTIVIDAD ( indicar todo lo que se considere sobre los resultados y evolución) los alumnos fueron capaces de contar la historia sin apuntes y relacionar las imágenes del cuento con los episodios relevantes.





Horacio Quiroga
(1879-1937)

LA TORTUGA GIGANTE
(Cuentos de la selva, 1918)


         Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires, y estaba muy contento porque era un hombre sano y trabajador. Pero un día se enfermó, y los médicos le dijeron que solamente yéndose al campo podría curarse. Él no quería ir, porque tenía hermanos chicos a quienes daba de comer; y se enfermaba cada día más. Hasta que un amigo suyo, que era director del Zoológico, le dijo un día:
         —Usted es amigo mío, y es un hombre bueno y trabajador. Por eso quiero que se vaya a vivir al monte, a hace mucho ejercicio al aire libre para curarse. Y como usted tiene mucha puntería con la escopeta, cace bichos del monte para traerme los cueros, y yo le daré plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien.
         El hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al monte, lejos, más lejos que Misiones todavía. Hacía allá mucho calor, y eso le hacía bien.
         Vivía solo en el bosque, y él mismo se cocinaba. Comía pájaros y bichos del monte, que cazaba con la escopeta, y después comía frutos. Dormía bajo los árboles, y cuando hacía mal tiempo construía en cinco minutos una ramada con hojas de palmera, y allí pasaba sentado y fumando, muy contento en medio del bosque que bramaba con el viento y la lluvia.
         Había hecho un atado con los cueros de los animales, y lo llevaba al hombro. Había también agarrado vivas muchas víboras venenosas, y las llevaba dentro de un gran mate, porque allá hay mates tan grandes como una lata de kerosene.
         El hombre tenía otra vez buen color, estaba fuerte y tenía apetito. Precisamente un día que tenía mucha hambre, porque hacía dos días que no cazaba nada, vio a la orilla de una gran laguna un tigre enorme que quería comer una tortuga, y la ponía parada de canto para meter dentro una pata y sacar la carne con las uñas. Al ver al hombre el tigre lanzó un rugido espantoso y se lanzó de un salto sobre él. Pero el cazador, que tenía una gran puntería, le apuntó entre los dos ojos, y le rompió la cabeza. Después le sacó el cuero, tan grande que él solo podría servir de alfombra para un cuarto.
         —Ahora —se dijo el hombre—, voy a comer tortuga, que es una carne muy rica.
         Pero cuando se acercó a la tortuga, vio que estaba ya herida, y tenía la cabeza casi separada del cuello, y la cabeza colgaba casi de dos o tres hilos de carne.
         A pesar del hambre que sentía, el hombre tuvo lástima de la pobre tortuga, y la llevó arrastrando con una soga hasta su ramada y le vendó la cabeza con tiras de género que sacó de su camisa, porque no tenía más que una sola camisa, y no tenía trapos. La había llevado arrastrando porque la tortuga era inmensa, tan alta como una silla, y pesaba como un hombre.
         La tortuga quedó arrimada a un rincón, y allí pasó días y días sin moverse.
         El hombre la curaba todos los días, y después le daba golpecitos con la mano sobre el lomo.
         La tortuga sanó por fin. Pero entonces fue el hombre quien se enfermó. Tuvo fiebre, y le dolía todo el cuerpo.
         Después no pudo levantarse más. La fiebre aumentaba siempre, y la garganta le quemaba de tanta sed. El hombre comprendió entonces que estaba gravemente enfermo, y habló en voz alta, aunque estaba solo, porque tenía mucha fiebre.
         —Voy a morir —dijo el hombre—. Estoy solo, ya no puedo levantarme más, y no tengo quien me dé agua, siquiera. Voy a morir aquí de hambre y de sed.
         Y al poco rato la fiebre subió más aún, y perdió el conocimiento.
         Pero la tortuga lo había oído, y entendió lo que el cazador decía. Y ella pensó entonces:
         —El hombre no me comió la otra vez, aunque tenía mucha hambre, y me curó. Yo le voy a curar a él ahora.
         Fue entonces a la laguna, buscó una cáscara de tortuga chiquita, y después de limpiarla bien con arena y ceniza la llenó de agua y le dio de beber al hombre, que estaba tendido sobre su manta y se moría de sed. Se puso a buscar enseguida raíces ricas y yuyitos tiernos, que le llevó al hombre para que comiera. El hombre comía sin darse cuenta de quién le daba la comida, porque tenía delirio con la fiebre y no conocía a nadie.
         Todas las mañanas, la tortuga recorría el monte buscando raíces cada vez más ricas para darle al hombre, y sentía no poder subirse a los árboles para llevarle frutas.
         El cazador comió así días y días sin saber quién le daba la comida, y un día recobró el conocimiento. Miró a todos lados, y vio que estaba solo, pues allí no había más que él y la tortuga, que era un animal. Y dijo otra vez en voz alta:
         —Estoy solo en el bosque, la fiebre va a volver de nuevo, y voy a morir aquí, porque solamente en Buenos Aires hay remedios para curarme. Pero nunca podré ir, y voy a morir aquí.
         Pero también esta vez la tortuga lo había oído, y se dijo:
         —Si queda aquí en el monte se va a morir, porque no hay remedios, y tengo que llevarlo a Buenos Aires.
         Dicho esto, cortó enredaderas finas y fuertes, que son como piolas, acostó con mucho cuidado al hombre encima de su lomo, y lo sujetó bien con las enredaderas para que no se cayese. Hizo muchas pruebas para acomodar bien la escopeta, los cueros y el mate con víboras, y al fin consiguió lo que quería, sin molestar al cazador, y emprendió entonces el viaje.
         La tortuga, cargada así, caminó, caminó y caminó de día y de noche. Atravesó montes, campos, cruzó a nado ríos de una legua de ancho, y atravesó pantanos en que quedaba casi enterrada, siempre con el hombre moribundo encima. Después de ocho o diez horas de caminar, se detenía, deshacía los nudos, y acostaba al hombre con mucho cuidado, en un lugar donde hubiera pasto bien seco.
         Iba entonces a buscar agua y raíces tiernas, y le daba al hombre enfermo. Ella comía también, aunque estaba tan cansada que prefería dormir.
         A veces tenía que caminar al sol; y como era verano, el cazador tenía tanta fiebre que deliraba y se moría de sed. Gritaba: ¡agua!, ¡agua!, a cada rato. Y cada vez la tortuga tenía que darle de beber.
         Así anduvo días y días, semana tras semana. Cada vez estaban más cerca de Buenos Aires, pero también cada día la tortuga se iba debilitando, cada día tenía menos fuerza, aunque ella no se quejaba. A veces se quedaba tendida, completamente sin fuerzas, y el hombre recobraba a medias el conocimiento. Y decía, en voz alta:
         —Voy a morir, estoy cada vez más enfermo, y sólo en Buenos Aires me podría curar. Pero voy a morir aquí, solo, en el monte.
         Él creía que estaba siempre en la ramada, porque no se daba cuenta de nada. La tortuga se levantaba entonces, y emprendía de nuevo el camino.
         Pero llegó un día, un atardecer, en que la pobre tortuga no pudo más. Había llegado al límite de sus fuerzas, y no podía más. No había comido desde hacía una semana para llegar más pronto. No tenía más fuerza para nada.
         Cuando cayó del todo la noche, vio una luz lejana en el horizonte, un resplandor que iluminaba el cielo, y no supo qué era. Se sentía cada vez más débil, y cerró entonces los ojos para morir junto con el cazador, pensando con tristeza que no había podido salvar al hombre que había sido bueno con ella.
         Y sin embargo, estaba ya en Buenos Aires, y ella no lo sabía. Aquella luz que veía en el cielo era el resplandor de la ciudad, e iba a morir cuando estaba ya al fin de su heroico viaje.
         Pero un ratón de la ciudad —posiblemente el ratoncito Pérez— encontró a los dos viajeros moribundos.
         —¡Qué tortuga! —dijo el ratón—. Nunca he visto una tortuga tan grande. ¿Y eso que llevas en el lomo, qué es? ¿Es leña?
         —No —le respondió con tristeza la tortuga—. Es un hombre.
         —¿Y adónde vas con ese hombre? —añadió el curioso ratón.
         —Voy... voy... Quería ir a Buenos Aires —respondió la pobre tortuga en una voz tan baja que apenas se oía—. Pero vamos a morir aquí, porque nunca llegaré...
         —¡Ah, zonza, zonza! —dijo riendo el ratoncito—. ¡Nunca vi una tortuga más zonza! ¡Si ya has llegado a Buenos Aires! Esa luz que ves allá, es Buenos Aires.
         Al oír esto, la tortuga se sintió con una fuerza inmensa, porque aún tenía tiempo de salvar al cazador, y emprendió la marcha.
         Y cuando era de madrugada todavía, el director del Jardín Zoológico vio llegar a una tortuga embarrada y sumamente flaca, que traía acostado en su lomo y atado con enredaderas, para que no se cayera, a un hombre que se estaba muriendo. El director reconoció a su amigo, y él mismo fue corriendo a buscar remedios, con los que el cazador se curó enseguida.
         Cuando el cazador supo cómo lo había salvado la tortuga, cómo había hecho un viaje de trescientas leguas para que tomara remedios, no quiso separarse más de ella. Y como él no podía tenerla en su casa, que era muy chica, el director del Zoológico se comprometió a tenerla en el Jardín, y a cuidarla como si fuera su propia hija.
         Y así pasó. La tortuga, feliz y contenta con el cariño que le tienen, pasea por todo el jardín, y es la misma gran tortuga que vemos todos los días comiendo el pastito alrededor de las jaulas de los monos.

jueves, 22 de enero de 2015

Leyendo nuestros ACRÓSTICOS


Para una gran persona, me siento sola, vacía
Através de cristales rotos,
Unicamente sola,
Luces, continuamente las veo, intentando 
Alcanzar alguna de ellas,

Bonitos corazones rotos,
Ocasiones en las que deseo verte,
Nostalgia, eso es lo que siento cuando te recuerdo,
Escribiendo en un papel esas dos palabras;
Te quiero

Bondad,bien estar, parte de lo que me has transmitido durante todos estos años,
Alegría, siempre la tenías,
Rincones, vacíos sin tu presencia,
Belleza, esa belleza que formaba parte de ti, no solo en tu rostro,
Esperanza, cosa que nunca te faltaba, y aquí estoy, escribiendo algo, pensando en ti,
Rojo atardecer que llega a mi ventana,
Ángel, increíble ángel en el que te has convertido, ahí arriba.

EL CAMINO DE EL CIELO... 
                                                                                                                Paula Bonet 2A.


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Me levanto y vi el
Amanecer con
Nubes en el cielo
Olian a pastel con
Lazos naranjo que las rodeaban y
Ondulados corazones vi

Los árboles cantaban y un
Irresistible placer nació en mi
Llorando me acosté
Llorando me levanté y
Oliendo moriré

Manolo Lillo 2º  A